Cuando estaba en la prepa yo creía en todo, en la revolución, la bondad de los extraños, la selección nacional, la paz porque todo podía solucionarse if you only give peace a chance, en la poesía, los concursos literarios, la izquierda y la derecha, Dios, la superstición y el subcomandante Marcos.
Después, en la facultad descubrí lo que era la ingenuidad. Descubrí que lo chic era dudar de todo, decidí que "yo sólo creo que no creo en nada". Que a los amigos se les aprecia mucho, pero al final de cuentas cada quien se rasca con sus propias uñas. Que si algo quería tenía que hacerlo posible yo solita. Y a pesar de todo, que si alguien se merece mi odio, el mayor odio también era sólo para mí.
Self-deprecation humor es siempre mi preferido, y el verso más romántico que puedo pensar es de Sabines que le dedica al ser amado "la mitad del odio que guardo para mí".
Hoy no me siento ni una cosa ni la otra, mi bandera es sólo mi contradicción y vivo mis días en el péndulo constante de idealismo a escepticismo y vice versa.
Y mi odio personal no es el de antes, que restrospectivamente sería bautizado como emo. No, ese odio personal me hace sonreír como Annie Hall y todas las cintas de Woody Allen.
Ya ves, odiarse a sí mismo, es todo un arte.
1 comentario:
Supongo, y quiero suponer bien, que es más una autoafirmación que una invitación al diálogo. ¿Es así?
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