martes, 29 de septiembre de 2009

These are a few of my favorite things

Cantaba la Novicia Rebelde que frente a la adversidad sólo había que pensar en las cosas favoritas para no sentirse tan mal. A mí me pasa una cosa rara con mis cosas favoritas que no sé si es lo que le pase a todo el mundo. Mi hermano por ejemplo, cuando éramos niños, siempre rentaba la misma película en Videocentro, el razonamiento era el siguiente: "Si ya sé que esta película me gusta, ¿para qué arriesgarme a rentar una película que nunca he visto y que no sé si me gustará?". Él tenía una fe ciega en sus cosas favoritas, en su presencia constante.

A mí nunca me han podido resguardar mis cosas favoritas de ese modo. Me pasa con las canciones, con las películas, con los libros. Para mí esas cosas favoritas van de la mano con un momento fugaz e irrepetible: las cosas favoritas son para guardarse, experiencias únicos que no han de repetirse nunca.

Me cuesta trabajo escuchar mis canciones favoritas: una vez de regreso de una fallida entrevista de trabajo se comenzaron a escuchar en el radio los primeros acordes de una oscura y preciada melodía: tuve que apagarlo entre fuertes sollozos de plañidera.

Mis cosas favoritas están guardadas como se resguarda un preciado nombre impronunciable: en algún sitio de la mente o del corazón se guarda la dolorosa astilla de un segundo perdido para siempre en el espacio.

¿Cómo explicarle a los compañeros anónimos de un elevador, por ejemplo, que no estoy allí en un viaje entre el sótano y el piso más alto, sino en la tarde lluviosa de mis trece años, tendida en las lozas frías de mi casa de infancia escuchando "While my guitar gently weeps" con unos enormes audífonos, sólo porque a alguien se le ocurrió poner de ambientación a The Beatles?

No, a mí no me hacen sentir mejor conjurar mis cosas favoritas, pero me hacen feliz sabiéndolas protegidas y encerradas en algún recóndito lugar del cuarto de atrás de la memoria.
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