jueves, 12 de junio de 2008

Lost in translation

Irremediablemente algo se pierde en la traducción, un cierto polvillo dorado se desprende y se mantiene en el aire por algún rato hasta desplomarse al suelo. Yo miro a contraluz, tratando de ver qué parte del sentido se perdió, y a veces trato de sacudir las superficies con la mano, para ver si puede recogerse un poco de ese sentido perdido, acumularlo en una bolsita de lino para ver si algún día puede hacerse algo con todos esos residuos, soñar con un poemario hecho de retazos.

Todos los que nos dedicamos a la traducción, ya sea profesionalmente o por la realidad de una vida situada siempre al borde, sobre la frontera entre la comunicación y el entendimiento; todos nosotros nos sabemos de memoria la cantaleta de que no somos nada más que traidores. Somos cruzados buscando el santo grial de la traducción perfecta, esa utopía imposible.

Ya son muchos años para mí de ser boca, interpretando llamadas de negocios de larga distancia sobre tecnología y cosas de las que yo no sabía nada cuando era todavía adolescente, esas llamadas que me forzaron a sobreponerme de mi timidez y que le hacían ver a mi papá que toda su inversión en mi educación redituaba de alguna manera. Años de hacer traducciones de todos los tipos, descubrir que no odio nada más gramaticalmente, como odio la redacción tecnológica anglosajona, que gusta de ayunar de verbos, y estivar palabra sobre palabra convirtiéndolas, sin más trabajo que un truco de magia barato en adjetivos.

He metido mi cuchara en textos tan disímiles: con mis palabras se propuso al gobierno de Guatemala (¿o sería al de Belice?) fabricar billetes de polímero con ventana de seguridad (como los veinte pesos de aquí que parecen de plástico) y mi voz escrita todavía debe enseñar a madres latinas técnicas para dar el pecho a sus hijos cuando tienen labio leporino, en los folletos en los que voluntariamente trabajé para los nazis de la lactancia (muy loable su labor, aunque un poco intransigente) que es La Leche League.

Sin duda mi trabajo favorito en traducción ha sido la traducción de libros de texto, traduje, adapté, escribí y corregí libros de texto para estudiantes de educación básica, uno de mis proyectos más interesantes fue traducir un libro de actividades para kinder, apenas tenía un puñado de palabras, pues los niños todavía no aprendían a leer, pero había que adaptar más que nada, porque apple de apenas dos sílabas es demasiado larga en español man-za-na, hacer listas de monosílabos sol pan mar y hacer anotaciones para los diseñadores gráficos de las imágenes que quería que acompañaran a mis palabras. Esto ha sido lo más cercano que he llegado a la traducción literaria remunerada.

Ya no es posible dejar de traducir, me encuentro haciéndolo a todas horas, es como mirar la lengua escrita en un espectacular, en la caja de los Corn Flakes, o hasta el graffiti en un baño público, es imposible no leer. En mi vida personal, al vivir entre dos lenguas siempre interpreto, siempre traduzco. Nunca he trabajado profesionalmente como intérprete simultánea (sólo consecutiva), pero me di cuenta que cuando estoy escuchando un discurso, una conferencia, o simplemente a alguien hablar que amenaza con sumirme en el letargo, dejar que mi huidiza mente corra o me duerma, descubrí que si interpreto simultáneamente moviendo los labios permanezco ahí sin perder atención, tal vez incluso pudiera hacer traducción simultánea ahora.

Los gajes del oficio son muchos, entre ellos está el encontrarse intentando traducir en la propia lengua, un imperativo de tratar de explicar, de buscar siempre la frase más eficiente, más fluida, más sonora, e incluso más bella. Siempre buscando la enunciación perfecta, odiando las instancias en las que es necesario el vergonzante y condescendiente “N. del T.”

Walter Bejamin se preguntaba en “The task of the translator” de para quién traducimos un texto, ¿para alguien incapaz de comprender el original? esa idea hace del lector y de uno mismo por consiguiente, seres empequeñecidos… impotentes… Es imposible pensar en una traducción que desprenda del sentido el invaluable polvillo de oro, irremediable es que las palabras del autor lleguen a los oídos extranjeros mutiladas, pero también llegan con algo más, con otras extremidades y otros sentidos, que yo que soy vía le doy, a veces la traducción dice más, añade, devela un poco más sobre aquello que el original describía.

Además de traductora soy poeta, y bueno, soy un montón de cosas más, pero esencialmente soy poeta. Ya estoy yo acostumbrada a buscar la palabra perfecta, a perseguir la musicalidad, a jugar con la sintaxis… Ambas labores se contaminan, y redacto mi texto traducido como escribiendo poesía, pero también escribo poesía echando mano de la traducción. Descubrí que un cliché, una frase hecha en una lengua al traducirse literalmente a otra puede resultar en una metáfora excitante. A veces pienso algo en una lengua y la escribo en otra para llegar a ideas más originales. A veces juego con lo que sería una mala traducción para lograr la oposición, el extrañamiento, el oxímoron… A veces escribo algo y luego lo traduzco, lo trabajo en la lengua extraña hasta que es diferente y vuelvo a traducirlo a la lengua original.

Quisiera aprender todas las lenguas posibles, pensar que la comunicación podría ser sin traducción, por alguna razón los traductores soñamos con un mundo en donde nuestra labor no exista, “Imagine there’s no translation, it’s easy if you try…” un lugar en donde seríamos obsoletos, pero el lugar donde además se nos borre el estigma de traidores. Tal vez la protolengua no era una, sino era múltiple, una lengua en que las ideas vienen en la única variante que exprese exactamente lo que queremos decir.

Uno de estos días voy a publicar un libro de poesía bilingüe que será a la misma vez una traducción extraordinariamente infiel, y maravillosamente poética, dual, un libro de lecturas diferentes, uno en una lengua, otro en otra, y una tercera posibilidad para aquéllos que puedan leerlo paralelamente.

Mientras tanto desde la sombra, sigo escudriñando el rayo de luz que se cuela de la ventana, buscando esas partículas áureas que danzan y se mofan de mí, al haberse escapado de mi boca.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Me encanta tu texto. A veces la idea de la traducción va más allá de la diferencia de la lengua... ¿no te pasa? Como cuando lees un poema y piensas que es maravilloso, lo compartes y alguien que habla tu misma lengua te dice "no le entendí". Ociosa la idea de intentar traducir el lenguaje poético a quien tiene la vista, el corazón, el deseo cerrado a la poesía.
Saludos.

Lady Mondegreen dijo...

Exactamente, y es triste tener que explicar la poesía, es como tener que explicarte un chiste a alguien.

Como dijera Óscar de la Borbolla "los locos somos otro cosmos" y por ende, hablamos otro idioma, disfrazado del mismo.

Abrazos

Anónimo dijo...

Wow, si debo admitir que la primera entrada que hiciste me costó un poco de trabajo comprenderla en su totalidad (que dudo mucho que lo haya logrado), esta me parece muy muy buena, realmente me sentí atrapada por tus palabras, nunca pensé que la traducción pudiera ser tan enigmática y a la vez tan "palpable" no sé si es la palabra pero es lo primero que se me viene a la mente.
Definitivamente me encantó esta entrada y respecto al libro, sé que vas a lograrlo, es un sueño muy interesante como para no hacerlo posible

(soy daniela, por si no te diste cuenta)

Queen Loana dijo...

Es excelente lo que has escrito. La voz del oráculo se presenta en ti y adquieres de tus dos lenguas una sola que es la literaria, la versal, la lengua de quien conozco que es omnipresente en la poesía. Construyes y destruyes tu propia babel de esperanza y fe.
Un abrazo.

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