Hay un tipo de ira en mí para la cual no necesitas signos revelatorios: no zarzas ardientes ni extraños patrones de formación de las aves.
Más frecuentemente de lo que me gustaría aceptar, mi ira es un desastre natural, viene con el doloroso rugido de la tierra.
Tú evitas mi ira igual que evitas la tronante tormenta.
Pero a veces, a veces con gusto preferirías mi relampagueante ira.
Veces como ahora, cuando mi oculta ira, una ira no causada ni dirigida a ti, es el más críptico de los arcanos.
Justo debajo de la superficie un universo se encuentra enmedio de una violenta destrucción y tú ni siquiera puedes darte cuenta.
Esta no es una cegadora ira.
Días como estos queman mi garganta hasta dejarla en carne viva, y espero demasiado de ti: que escuches mis impronunciadas palabras.
Ya ves, la ira, como la verdadera poesía, no puede existir más que en voz alta.
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