La caracterización de una mujer violenta en la conciencia popular siempre incluye el adjetivo de “histérica”. “Histeria” es una palabra acuñada por Hipócrates para describir a las mujeres cuyos úteros se habían vuelto tan ligeros y áridos que subían por el cuerpo aplastando el corazón y produciendo sofocación y locura, todo esto a falta de práctica sexual. Esto en boca de un buen mexicano quiere decir que “se volvió loca de las ganas” o aquello tan políticamente correcto (nótese el sarcasmo) de “le hace falta una buena…”
No hablaré de los indignantes tratamientos de antaño para estas mujeres, sino en los signos y síntomas de la histeria. Si bien el día de hoy histeria no es un término reservado sólo para la mujer, no puede separarse del todo de lo femenino por su relación etimológica pero también por lo que se entiende por ella el día de hoy: un desorden psicológico que se caracteriza por el desbordamiento y excitabilidad emocionales, y una incapacidad de controlar sentimientos excesivos que incluyen el miedo, la tristeza, la ira, la euforia, etc. sobre todo con la aparición desenfrenada de lágrimas y risas. La mujer por ende, es candidata idónea para este tipo de desordenes, por su “propensión” a manifestar (abiertamente) sus emociones.
Histerias hay muchas, masiva por ejemplo, o la ceguera histérica por citar otro caso, pero sobre todo se entiende que la histeria no se arraiga en ninguna razón biológica o física. Laurie Layton Schapira es sólo una de las analistas que relacionan a la histeria con el mito de Casandra, el oráculo que vaticina la caída de Troya en la figura de Helena, y a quien nadie cree. El complejo de Casandra es pues, la pérdida de la credibilidad a causa del estigma de la histeria, de no ser visto como alguien que puede controlar las propias emociones. En otras palabras pues, el que siente demasiado no es de fiar.
Y esto me parece muy a propósito con la pregunta de cómo escribe la mujer la violencia, a diferencia del hombre. En pláticas con Lady Vivianne y Doña Herminia Guardagujas pensábamos en una violencia (ojo, literaria) no basada en el mismo acto de violencia física, como sería la mutilación o el asesinato, sino en las consecuencias psicológicas, emocionales y físicas del acto de violencia, las consecuencias tangibles a los sentidos, al corazón y a la mente. Además de la capacidad de la mujer para asimilar la violencia por su familiaridad con el dolor.
Bueno, dejo esta entrada corta (en comparación con las anteriores) y continuaré en las siguientes con algunos ejemplos de cómo se trata la violencia literaria en la mujer, tanto en cómo escribir la violencia y la violencia en el acto de escribir, además de la voz del oráculo y la desacreditación de la voz femenina.
Y hago una invitación a compartir ejemplos o ideas en cuanto a la violencia literaria (o física) en la mujer.
No haciendo feminismo ni mujerismo, pero explorando temas femeninos, suya por siempre,
Lady M.
1 comentario:
La mujer también expresa la violencia desde la crueldad en los otros. En Guadalupe Dueñas y Amparo Dávila el hombre en la escritura es cosificado, minimizado, ficcionalizado en monstruo. En el caso de la mujer, ésta es la generadora de la histeria del hombre, la que lo condena a la locura, la detonante de la muerte del "orangután" o del huésped masculino que las observa. Creo que el lado violento en la escritura femenina, dentro del género de la fantasía, se dispara desde el horror, la crueldad, como sucede también con Silvina Ocampo.
Excelente secuencia que analiza la violencia en la mujer, espero con ansia la parte III.
Lady Vivianne
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