jueves, 19 de junio de 2008

La violencia, parte I

"Empiezo a escribir en forma tan arrevesada,
cortando a machetazos los párrafos."
(El desbarrancadero, Fernando Vallejo, p. 39)

Violencia es una palabra a la que uno se acostumbra, a veces más, a veces menos, dependiendo de la sociedad en la que nos toca vivir. Lo verdaderamente tétrico es la ataraxia ante una violencia ya domesticada, ya del día a día. Leer el periódico en México a veces es así, puede uno sentirse impotente y frustrado por ejecuciones, enfrentamientos entre la policía y el crimen organizado, y actos de corrupción y criminalidad de parte de los mismos que están para imponer el orden; pero desafortunadamente todo esto es parte de una violencia que está ahí, pero que parece estar separada de uno por un muro de cristal. Esa violencia enoja un poco, pero parece no tocarnos muchas veces, y uno termina acostumbrándose a ella.

Hay otro tipo de violencia, que está hermanada al horror, una violencia que tiene tal saña que nos deja vacíos, incapaces de comprender y obsesionados por hacerlo, con un morbo de lector de notas rojas y el Alarma!, quizás pensando que si se desentraña todo la vida volverá a tener sentido, o tal vez encontraramos la manera de evitar que una cosa así volviera a suceder, pero sobre todo, me parece, esa morbosidad de seguir leyendo, de seguir desgajando la cebolla, es la necesidad de encontrar elementos cada vez más inusitados, hasta que pueda lograrse la sensación de inverosimilitud. Dicho de otra manera, con una lógica ingenua, si podemos lograr que esa violencia parezca imposible, es como si no fuera cierta, y tal vez la conciencia pueda descansar.

Estos últimos días la violencia en la prensa, nacional e internacional ha sido tan fuerte que no quiero ni siquiera comentar los casos individuales, me siento asqueada y rota.

Y toda esta violencia me ha puesto a pensar en otro tipo de violencia, en la violencia literaria, y me acordaba del seminario graduado que tomé con la profesora Borinsky, de violencia y literatura, en donde leímos a diferentes autores latinoamericanos: primero que nada al buen Fernando Vallejo, que todos deben identificar con La virgen de los sicarios, de él leímos un texto distinto, con una violencia no tan obvia como en aquella novela que se llevó al cine, sino El desbarrancadero. Leímos también La santa muerte del mexicano (y paisano mío de Michoacán) Homero Aridjis que retrata la suntuosidad del mundo del narcotráfico y el crimen organizado en México, con una inquietante (y cierta) religiosidad oscura que es el culto a la muerte; y una obra genial de José Donoso, que más que violencia sexual, trata de la sexualidad violenta: La misteriosa desaparición de la marquesita de Loria.

Lo que más me impactó no fueron las descripciones de imágenes de violencia física o sexual que son más obvias, sino el texto de Vallejo que de verdad explora la violencia de una forma global, y completa. La violencia no está en el asesinato, la violación o la mutilación, sino en la forma en que se violentan (valga la redundancia) los espacios, los nichos, los conceptos, las mismas frases que son íntimas, familiares, personales. Parte de la novela incluso me hizo recordar El mundo feliz de Aldous Huxley, en el que la violencia y la vulgaridad estaban en el núcleo familiar y en todos los valores éticos y morales que eran parte de la primitividad del pasado (que es nuestra propia actualidad). Así mismo en El desbarrancadero, el amor maternal es "el grillete de una felicidad obnibulada" (43). Del mismo modo el arraigo patriótico, cultural y geográfico son espacios violentados.

Dos partes verdaderamente me fascinaron, la cita a continuación cuanta cómo el narrador le está enseñando a leer a su hermano pequeño, no con las consabidas frases con las que todos aprendemos a leer en español: "mi-ma-má-me-a-ma" y "el-pa-pá-pe-pe", sino con frases que van a violentar ese campo fonético y semántico, lo abyecto está, no en la significación de estas palabras, sino en la voz inocente que las pronuncia:

"En fin, iba la voz angelical de Manuelito silabeando las frases manuscritas
que yo le escribía en una hoja blanca, impoluta, con una aplicación
de su parte que hoy me parte el alma:
-'Dios-no-e-xis-te, pen-de-jo', 'el-dra-gón-ca-ga-fue-go'."
(Vallejo, 56-57)

De la misma manera el narrador habla de su proceso de escritura, y de la violencia que lo plaga, y que es evidente en la cita que usé como epígrafe y que repito a continuación:

"Empiezo a escribir en forma tan arrevesada,
cortando a machetazos los párrafos." (Vallejo, 39)

La revista Luvina dedicó su último número al tema de la ira y la violencia, en ella aparece un texto de Horacio Castellanos Moya "El cadáver es el mensaje: Apuntes sobre literatura y violencia" en él, Castellanos Moya hace un recuento de la transición natural de su escritura personal, luego de vivir la violencia de la guerra civil en El Salvador y el subsecuente exilio en México, el regreso a la patria y el momento de transición de la sociedad de posguerra a su nueva realidad más encaminada a la democracia. La transición de la escritura a la que se refiere, es una que pasa por el periodismo nuevo y emergente que termina imposibilitado y decepcionado en la ficción, en una narrativa que se convierte en espejo de la sociedad nueva que trata desesperadamente de acoplarse al cambio, en que la violencia de la guerra se trastoca hasta convertirse en una violencia criminal, en donde los guerrilleros y los líderes corruptos de antaño combaten el anacronismo al unirse ahora en el bando de la criminalidad para seguir subsistiendo. De ahí la emergencia de una nueva literatura identificada con la violencia (a pesar de que no hayan tenido una autoconciencia de corriente literaria). Esa literatura es en la que identificamos a Fernando Vallejo, Élmer Mendoza, Rubem Fonseca, etc. con novelas que resaltan por su desencanto.

La saña en el papel, sin embargo, es nada comparada con la saña de nuestra realidad, y mientras que la violencia literaria nos haga pensar como lectores (al saber que lo que se lee es una novela) que las premisas y las escenas son descabelladas e inverosímiles, que nos disturbe y nos evite la ataraxia que experimentamos, ante las mismas acciones impresas, no en la edición de lujo de Alfaguara, sino en el papel revolución y la tinta que nos mancha los dedos del periódico del día.

Yo espero que la violencia continue... en la literatura, y cese en nuestra cotidianidad, que la palabra violencia pierda el contexto de degollamientos y corrupciones, connote sólo el fuego agni del escritor, la violencia interna que proponga y que destace todo lo "ya visto, ya escrito". Y espero, además, que la literatura de la violencia no termine en otra corriente más: clicheada y tediosa, como las sagas latinoamericana del realismo mágico que se leen tanto en el extranjero, carentes de originalidad o propuesta, y que las "gabitas" (las "gabitas" son los salieris de García Márquez, prof. Lasarte dixit) han popularizado y empobrecido; además de mantener a la literatura latinoamericana y a nosotros mismos por ende, instaurados en la platina del microscopio que nos observa divertido y asombrado por nuestra "curiosidad".

He dicho.

1 comentario:

Unknown dijo...

Estimada Lady Mondegreen: por desgracia la violencia está en todos lados, y creo que en la literatura tiene mucho de real. Cada vez que leo o veo (en algún filme) una escena violenta, no puedo dejar de preguntarme si en la realidad será tal cual, si acaso la violencia se puede exagerar o si la violencia en sí misma tiene una carga de intensidad que no se puede disminuir.
Saludos, una tal Herminia.

Related Posts with Thumbnails