Este fin de semana iré a un congreso para profesores de portugués y español. Lo monumental de este evento es que mi universidad me envía y me reembolsará la inscripción (me dicen).
Nunca me imaginé como profesora, pero una vez que caí aquí descubí que me gusta, me frustra mucho, pero me gusta. Lo malo de la educación es que a veces no parece tener mucho campo de crecimiento, uno puede aspirar a la plaza o al tenure dependiendo de dónde viva, pero nomás.
Si alguien escribiera la novela picaresca de mi vida, mi motivación no sería ser caballero ni dama, como el buscón Don Pablos o Moll Flanders, no, la aspiración de mi vida sería tener tarjetas de presentación.
En toda mi vida profesional nunca he tenido una tarjeta de presentación.
Y sí, yo sé que puedo mandar imprimir unas yo misma.
Pero el ego está en que me las dieran.
Volviendo a lo mío, pues estoy tratando de decidir qué charlas y talleres voy a tomar. Hay algunas interesantes, algunas muy buenas para mi trabajo, otras literarias que me interesan que no tienen nada que ver con mis clases. Algunas de las que tomaré tienen que ver sobre cómo lograr que el estudiante realmente aprenda un idioma extranjero.
Y esto me ha puesto a pensar.
Uno de mis insidiosos miedos es pensar que nadie aprende nada de mis clases.
Sí, mis estudiantes aprenden al final a pasar el examen final.
Pero me pregunto qué es lo que realmente yo les enseño.
Ha habido casos que me llenan de orgullo. De los estudiantes que me pidieron les escribiera una carta de recomendación para ir a estudiar a Madrid o para un posgrado todos lo lograron.
Una de mis ex-alumnas, de hecho, estudia Lingüística y Pragmática en España.
Pero no me adjudico su éxito. Creo que mis estudiantes que han aprendido español lo han hecho por sí solos. Mi ayuda es meramente una orientación. Los que no, finalmente recibieron exactamente mi misma ayuda.
Y aunque me gusta dar clases (y aunque quisiera dar de Literatura que es mi especialidad pero nada más tengo de español y redacción) a una le queda ese saborcito del estancamiento.
Porque a pesar de los veintipico de años que fui estudiante y los muchos otros de ejercer...
...no salgo nunca de la escuela.