La idea, a primera vista, parece muy modesta hasta que se piensa en lo fuerte que es experimentar el momento más determinante e íntimo de la vida en el último recóndito de seguridad: la cama propia.
Yo no sólo desearía morir en mi propia cama.
Podría vivir en mi cama.
Es necesario despojar este evento de muchos prejuicios, pero la demostración de John Lennon y Yoko Ono de hacer una conferencia de prensa desde la cama en el hotel de NYC, en donde permanecieron una semana para abogar por la paz, cobra un sentido diferente desde este punto de vista.
La intimidad de la propia cama.
El lugar en el que uno duerme y sueña se convierte en el sitio de la mayor vulnerabilidad.
Cuando era niña y adolescente dormir en mi cama no tenía la importancia que tiene el día de hoy. Antes podía dormir en cualquier sitio.
Pero con la edad vienen las preferencias y las idiosincracias: Se extraña la cama y la almohada.
Sin ella, uno no se siente ni seguro ni uno mismo.
Hace dos noches que no duermo en mi cama, y no lo haré en poco más de una semana. Con el mismo fervor de Gervaise añoro mi cama (aunque no mi muerte aún).
Hay demasiados años de historia y sueños en ese colchón.
Marcas invisibles de amor y lágrimas.
La vida ha comenzado y terminado ahí.
Y en esta generación nuestra de la fugacidad, es muy posible que mi muerte serena no ocurra en esa misma cama.
Pero deseo, que sea en una que me haga sentir igual.
1 comentario:
Eso, cuando generalmente, uno siente que tiene hogar.
Yo, en cambio, podría dormir en cualquier lugar donde me sienta cómoda. Pues mi cama... dudo que la extrañe.
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