By any other name would smell as sweet;
Romeo y Julieta, William Shakeaspeare
Y que sólo en tu tierra le dan a un hombre espada y pluma
y le encomiendan, como a Adán,
ir a nombrar todas las cosas nuevas
que para su egoísta asombro
sólo dos pasos adelante se van creando.
La Conquista, P. Zulaica
Nombrar las cosas
Me he puesto a pensar en los nombres de las cosas. Pensar que hay personas que se dedican y viven de imponer los nombres: A alguien le pagaron por decidir el mejor nombre, el más atractivo, para la computadora en la que escribo, o el agua embotellada de la que bebo. Un nombrador profesional o acaso un ejecutivo de mercadeo que han nombrado cada uno de los productos en mi alacena.
Todos, en algún momento, le hemos puesto nombre a algo: al gato que un día se apareció en la puerta (a pesar de que mamá decía que no había que darle ni nombre ni alimento o se quedaría para siempre), a un poema, a una canción, a una guitarra, a un vocho... vamos, hasta un sombrenombre a algún camarada. Algunos, como yo, hemos vivido ya la experiencia de nombrar a un hijo.
Mi papá, por ejemplo, tiene un don para los nombres: Yo tuve un gato al que bautizó Rasputin (y como su homónimo tenía la misma malicia diabólica) además de que tiene ya el nombre del rancho que comprará cuando se gane el melate y el nombre también del caballo que vivirá en aquel rancho hipotético.
Un nombre es algo íntimo e incluso tal vez determinante. Y aún así, la paradoja es que nadie tenemos nada que ver con el nombre que por azar nos toca. Hace algunos meses leí sobre una pobre niña, a la que el estado neozelandés tuvo que intervenir para ordenar el cambio de su nombre ya que sus padres la nombraron oficialmente como "Tallulah does the hula from Hawaii" y así también, el gobierno estadounidense tomó la custodia de tres niños a los que sus padres pusieron nombres de nazis: Adolf Hitler Campbell, Joyce Lynn Aryan Nation Campbell, y Honszlynn Hinler Jeannie Campbell.
Hay algo poderoso y ritualístico en el acto de nombrar las cosas y a las personas. La creación se realiza por medio del acto de habla de nombrar las cosas. Un nombre tiene una carga muy poderosa: como el impronunciable nombre de Dios.
Si vivimos bajo el peso de un nombre otorgado arbitrariamente, un nombre que ha labrado en parte el camino, y que ha sido la bandera bajo la cual navegar ¿cuál sería el nombre propio, íntimo y secreto?
¿Cuál sería el apelativo, la definición, el nombre impronunciable que me impondría a mí misma para crearme?
La palabra desconodida cuyo sabor llevo por siempre debajo de la lengua.
y le encomiendan, como a Adán,
ir a nombrar todas las cosas nuevas
que para su egoísta asombro
sólo dos pasos adelante se van creando.
La Conquista, P. Zulaica
Nombrar las cosas
Me he puesto a pensar en los nombres de las cosas. Pensar que hay personas que se dedican y viven de imponer los nombres: A alguien le pagaron por decidir el mejor nombre, el más atractivo, para la computadora en la que escribo, o el agua embotellada de la que bebo. Un nombrador profesional o acaso un ejecutivo de mercadeo que han nombrado cada uno de los productos en mi alacena.
Todos, en algún momento, le hemos puesto nombre a algo: al gato que un día se apareció en la puerta (a pesar de que mamá decía que no había que darle ni nombre ni alimento o se quedaría para siempre), a un poema, a una canción, a una guitarra, a un vocho... vamos, hasta un sombrenombre a algún camarada. Algunos, como yo, hemos vivido ya la experiencia de nombrar a un hijo.
Mi papá, por ejemplo, tiene un don para los nombres: Yo tuve un gato al que bautizó Rasputin (y como su homónimo tenía la misma malicia diabólica) además de que tiene ya el nombre del rancho que comprará cuando se gane el melate y el nombre también del caballo que vivirá en aquel rancho hipotético.
Un nombre es algo íntimo e incluso tal vez determinante. Y aún así, la paradoja es que nadie tenemos nada que ver con el nombre que por azar nos toca. Hace algunos meses leí sobre una pobre niña, a la que el estado neozelandés tuvo que intervenir para ordenar el cambio de su nombre ya que sus padres la nombraron oficialmente como "Tallulah does the hula from Hawaii" y así también, el gobierno estadounidense tomó la custodia de tres niños a los que sus padres pusieron nombres de nazis: Adolf Hitler Campbell, Joyce Lynn Aryan Nation Campbell, y Honszlynn Hinler Jeannie Campbell.
Hay algo poderoso y ritualístico en el acto de nombrar las cosas y a las personas. La creación se realiza por medio del acto de habla de nombrar las cosas. Un nombre tiene una carga muy poderosa: como el impronunciable nombre de Dios.
Si vivimos bajo el peso de un nombre otorgado arbitrariamente, un nombre que ha labrado en parte el camino, y que ha sido la bandera bajo la cual navegar ¿cuál sería el nombre propio, íntimo y secreto?
¿Cuál sería el apelativo, la definición, el nombre impronunciable que me impondría a mí misma para crearme?
La palabra desconodida cuyo sabor llevo por siempre debajo de la lengua.
1 comentario:
Quién le puso Pedo al pedo, es un maldito genio.
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