Él dice que su secreto es fuerza bruta e ignorancia.
Y alguien una vez me dijo (para mi horror) que la ignorancia es una bendición.
Y recuerdo la noche en que apenas lo conocía cuando él hablaba de cosas que yo nunca he entendido ni entenderé, pero aprecié muy claramente que cuando él llega a una cañada comienza a imaginar puentes y a trazarlos en el aire, pero no ve nunca el vacío.
Él no encontró la mesa que buscaba y su reacción fue la más simple, la más ingenua, la más honesta:
Hacer su propia mesa.
Él no tiene nunca nada que perder porque siempre se cobija con la bandera de su ingenuidad, de su ignorancia, de su simpleza, pero yo sé que no es ingenuo, ni ignorante ni simple.
Lo he visto todo el día lijar la madera y seguir sus líneas y volutas. Me hace sonreír cuando taladra y martilla sin preocuparse por los vecinos.
Y me maravilla cómo su mente exacta, matemática, espacial, tiene un plano en detalle de cada una de sus maniobras, de su ingenio.
Hoy he pensado en ese hombre soñador sentado al otro lado de la mesa años atrás, sigo sin entender cómo su mente está llena de ángulos y de espacios y de intrincadas secuencias numéricas, cuando yo pienso en palabras, en metáforas, en tropos y peculiaridades lingüísticas.
No voy a sentarme a llorar ante el precipicio.
Voy a seguirlo viendo construir su mesa y dejaré de cuestionarme, de dudar, de creer que todo lo que pienso y digo es descabellado, o ingenuo, o simple, o imposible.
1 comentario:
Todos construimos de distinta forma y con materiales diversos nuestro propio universo. Lo maravilloso está en que, por muy distintos uqe puedan parecer los mundos de dos que habitan uno, los dejemos confluir y permitamos que en nuestro peuqeño universo fluyan otras aguas, otras ideas, otras percepciones de vida, aunque sólo podamos contemplar, compartir y admirar al otro.
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