Todavía se me olvida.
Me encuentro distraída haciendo planes
trazando las cosas que haré en esta o esa situación.
Pienso en las cosas que haré la próxima vez
Como si aún fuera posible una próxima vez.
Como si cada día no me alejara más de esa utopía.
Lo de antes,
lo que entonces llamé la primera vez
poco a poco se convierte en en la única
en la última.
No lo sabía entonces.
De haberlo sabido habría puesto más atención.
No me habría estancado en todas las cosas que salieron mal,
esas cosas que iba a cambiar
la próxima vez.
Pero ahora comienzo a aceptar que no la habrá.
Que ese futuro me está vedado
que mi cuerpo ya no funciona
que día a día,
en realidad,
todos nos vamos muriendo poco a poco.
Las formas burocráticas de nuestra vida civilizada:
el seguro médico,
los créditos y las hipotecas,
la nómina y las cuentas,
el historial médico.
Todos esos documentos llevan la cuenta exacta
de cómo nos vamos resquebrajando,
de la descomposición del cuerpo.
Esta máquina no hace sino descomponerse
volverse obsoleta
redundante.
Pero aún así,
todavía
cuando mi mente vaga lo suficiente
me encuentro haciendo listas
para contingencias que no han de llegar nunca
listas de acciones, responsabilidades,
listas de objetos inútiles,
de canciones de cuna,
de palabras de amor,
de cómo podría verse mi sorpresa y mi felicidad
en mi cara.
Pero luego me acuerdo
y las listas se rompen
y se derraman las cosas.
No
la próxima vez no existe.
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