Mi amiga, mi cómplice en las palabras, prueba día con día el secreto más voluptuosamente carnal que llevamos oculto y latente en nuestro cuerpo. Ella aún no sabe, no puede saber ciertas cosas, y aunque yo se lo oculte, y aunque yo se lo cuente, no podrá saber nada hasta el día que se vuelva en sí mismo su universo.
No es que haya sido malo, ni horrendo, ni maravilloso tampoco. Es sólo que un instante comemos del fruto prohibido, y la verdad es revelada sin posibilidad de volver nunca más a la ignorancia.
Todo aquello es un recuerdo vago, es una historia que puedo repetir y que a veces me hace creer que la he memorizado artificialmente y que realmente no me sucedió absolutamente nada.
Pero mi cuerpo recuerda. Hay cicatrices que jalan la piel como la brida que me detiene en movimiento.
Nunca antes había sentido ciertamente lo que es la impotencia. Alguna lección se aprende sobre humildad, sobre abandonarse herida, vejada, desgarrada. Ninguna sabe hasta que llega su tiempo el culto en el que habremos de ser iniciadas. Un culto que demanda sacrificio de sangre y de pudor: probar con lágrimas que se puede descentralizar nuestro universo egocéntrico.
Ya no recuerdo bien lo que era la vida antes de todo, antes de que meticulosamente me unieran de nuevo, antes de inmolarme por la carne de mi seno.
Ella siente, y sueña y se inflama, y yo la envidio, no por su ignorancia de lo que está por venir, sino por la plenitud, porque sé que el día de hoy en sí misma abarca el universo, que el mundo se crea desde su vientre.
No me arrepiento de nada.
Nosotras, hermanas de sangre, en dolor y sangre hemos sido ungidas.
Nosotras somos las afortunadas.
2 comentarios:
Me he quedado sin palabras. No quisiera. Algún día vendrán. Pronto las haré venir.
tambien me he quedado sin palabras.un saludo
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