jueves, 26 de febrero de 2009

Porque mis impresionables años fueron los 80


Anoche mis entrañables amigos y yo charlamos y nos reimos hasta la medianoche recordando las grandes influencias de nuestra infancia.

La necesidad que compartimos todos, de recordar y enlazarnos mediante la misma incapacidad de entender de qué se trataba La princesa de los mil años, pero con la certeza de que era un genial y vanguardista. O la obra de arte que era Remi, a pesar de hacer a mi generación propensa a la tragedia y la depresión.

Pensar que tal vez el gusto por la literatura y los libros se la debamos al Tesoro del saber. Y debatir si Mafafa era Musguito o Mosquito (yo digo que era Musguito).

Cantar sin pena Tú la guitarra y yo maracas, o discutir la maravilla de lo incestuoso de las canciones de Pimpinela.

Acordar que La ballena Josefina y Clementine eran casi obras surrealistas.

Saber, que los ochenta estilísticamente podrá haber sido la década más kitsch, pero finalmente, determinante en quienes somos hoy.

Colibrí en mi casa


La puerta corrediza de cristal estaba abierta y yo estaba sentada en la mesa del comedor junto a ella. Un colibrí entró y se quedó suspendido frente a mí algunos segundos.

La imagen fue tan fuerte, y nadie estaba cerca para atestiguarlo.

¿Qué agüero, qué superstición, qué arcano, qué augurio, qué símbolo tiene un colibrí dentro de una casa?

lunes, 23 de febrero de 2009

Cordial invitación


Con toda humildad y mucho agradecimiento a todos mis lectores, quiero invitarlos a la presentación de mi poemario "Después de Babel".

Miércoles 25 de febrero a las 8:00 pm.

presentación a cargo del poeta Víctor Ortiz Partida

Editorial La Zonámbula
Revista Reverso

Museo Raúl Anguiano
Domicilio:Av. Mariano Otero #375, Colonia Moderna
Guadalajara, Jalisco.
C.P: 44150
Entre las Calles: España y Chapultepec
Teléfono: 3616.32.66

jueves, 19 de febrero de 2009

Él y yo en una dependencia gubernamental

La más grande de nuestras diferencias no está en la raza, el género, el credo.

Está, sin embargo, en cómo asimilamos la burocracia, el red tape.

Yo nací en la cultura del “papelito habla” y me acerco al altar de la ventanilla de trámites con el temor kafkiano de los de mi raza.

Él, en cambio, navega con la bandera de su optimismo, no concibe las cinco vueltas que requerirá un trámite que debía tomar uno.

Yo conozco las reglas y los protocolos no escritos de cómo se llena una forma, además del arcaico lenguaje del “por la presente”, “el que suscribe se permite solicitar”, “bajo protesta de decir la verdad”, “su seguro servidor”, etc.

Él está acostumbrado a tener documentos que ostentan variaciones de su mismo nombre, errores de dedo, abreviaciones.

Yo confío en mi fatalismo, en saber desde antes de llegar que es seguro que me falta una firma, una copia y los papeles del perro.

Él piensa que tendremos tiempo para desayunar, ir al súper y pasar por la niña a la escuela, además de que procesarán nuestra solicitud en el tiempo que nos prometen.

Yo sé que debo documentar en original y dos copias (y otra copia en la bolsa por lo que pueda suceder) que A es igual a B y que B es igual a C y por lo tanto A es igual a C, además de una carta firmada, sellada y notariada donde juro decir la verdad y que no hay ningún juicio pendiente en mi nombre (mi santo nombre, valor de cambio en esta sociedad), con firma de dos testigos y sus sendas credenciales del IFE y comprobante de domicilio del agua, el teléfono y la luz (como canción de Chava Flores).

Él no entiende por qué tenemos que guardar tantos papeles.

Yo me frustro, me engento, me encabrono.

Él sólo se confunde y se impresiona.

Pero su optimismo nunca se resquebraja.

Yo quisiera, a pesar de todo lo que sé, creer como lo hace él.

martes, 17 de febrero de 2009

Estéticamente anticuada o cómo descubrí que he pasado de moda


Tengo una amiga entrañable en una vida, o mejor dicho, una geografía, anterior. En su cubículo del tétrico sótano que llamamos nuestra oficina tiene una prominente fotografía de una familia. La foto se ve apenas un poco descolorida, el padre tiene un bigote prominente como de película de los Almada, la madre y las dos hijas portan un corte de pelo indeterminable. La madre además usa unos lentes que aproximadamente cubren dos tercios de su cara. Todos llevan ropa con texturas y diseños de antaño, la ropa demasiado anticuada para considerarse retro cool.

La primera vez que vi la foto no dije nada, por temor de que fueran parientes suyos.

-¿De cuándo crees que es esta foto?- Me preguntó.
-No sé, ¿de los setentas?
-No me lo vas a creer... Por eso la tengo aquí, la foto la tomaron en 199...

En algún sitio vive una familia que en los años noventa parecía congelada en una fotografía setentera.

Ser cool, estar en la onda, permanecer au courant, vivir a la vanguardia... Esa familia nunca contará con estos epítetos.

Hubo un momento en mi adolescencia en que no escuché una sola nota de música de moda. No tengo la menor idea de qué era popular en los noventa. Me pasaba las tardes tirada sobre las frías baldosas del comedor de mi casa, conectada al tocadiscos con unos audífonos idénticos a los de Jacobo Zabludosky cuando hablaba con su sempiterna y fiel Lupita. Yo era retro antes de conocer la palabra. Me llegué a ir a la prepa calzando los zapatos de mi abuelo muerto y su guayabera morada bordada con blanco punto de cruz, además de la camisa azul con escarola del esmoking de graduación de mi papá.

Yo me sentía bien, me sentía diferente. Tan fuera de moda que forzosamente debía ser vanguardista, excéntrica, loca. Todos esos adjetivos me gustaban.

Hoy descubrí esperando en el coche una canción de Amy Winehouse. La canción sonaba a Motown pero dudé que Rehab fuera un motivo usual en aquellos tiempos. Pues resulta que he estado viviendo en la oscuridad otra vez, aunque ya no existan, ni aquel comedor, ni el tocadiscos ni los audífonos jacobinos color mostaza.

Ahora veo que aquella familia y yo no somos tan distintos después de todo.

domingo, 15 de febrero de 2009

Yo era buena para las matemáticas o lo que se puede comprar con mi poesía

De verdad buena. Todo el mundo decía que debía estudiar algo relacionado con las matemáticas pero decidí estudiar Letras.

"Si estudias Letras te vas a morir de hambre."

Pero uno es cabeza dura.

Ayer vendí siete libros.

A siete personas que no conocía y quienes no me conocían. Siete personas pagaron por mis palabras.

¿No que la literatura no dejaba?

He comido con el sudor de mis palabras.

Me maravilla que alguien quiera tener en casa mis palabras. Y me pregunto por qué. Y quizás mis palabras sirvan para emparejar las patas de una mesa, o quizás sea lectura de baño, o quizá las palabras precisas para hacerse esa inquietante pregunta que permanece detrás de los ojos.

Y quisiera haber escrito más, y quisiera que mis palabras aseguraran el pan en la mesa, y que inspiraran al compromiso social, y que hicieran algo más que sólo estar ahí.

Pero por el momento seguiré maravillándome con la idea de que alguien compró mis palabras para tenerlas, para conservarlas.

Y los dejo con la lista de cosas para las que alcanza el producto de mi poesía.

14 cocas de 2lt. no retornables
2 sombras de ojos GOC y un labial
1 sombra MAC y 30 pesos cambios
21 huevitos de las maquinitas a la entrada de la farmacia
35 pasajes de camión urbano
3 Vanidades, 2 Tv y novelas y 5 libros vaqueros
1 DVD original ó 5 piratas
2 pizzas medianas y un refresco de dos litros
1 un solo platillo bastante pretencioso y para nada suficiente en un restaurante popis
1 Best seller de portada lustrosa que seguramente va a salir en película muy pronto

miércoles, 11 de febrero de 2009

Consejo no solicitado


El día de hoy alguien muy amablemente me dijo: "seguramente ya lo sabías pero tus entrañas seguramente se están pudriendo a causa de todo el (inserte cierto químico aquí) que estás ingiriendo con (inserte cierto producto comercial aquí).

¿Por qué a veces el mundo tiene esa desesperada necesidad de señalar mis conductas autodestructivas?

Conozco muy bien todos mis defectos.

Conozco aun mejor todos mis ardides de autoboicot.

Cuántos "buenos consejos" de las "buenas consciencias" de alguien que sólo "lo hace por nuestro bien" se darán día con día.

Uno de los que más me han reventado el hígado es el siguente:

"No publiques, tú guarda tus textos, yo sé lo que te digo, tú guárdalos."

Y a ti querido lector ¿qué consejo no solicitado te han dado?

miércoles, 4 de febrero de 2009

La fotografía

Francisco Ayala escribió una escena maravillosa en su libro vanguardista Cazador en el alba, allá por 1930, en la que una pareja sale un domingo a tomarse una fotografía para inmortalizar su idilio, pero al revisar el album del fotógrafo buscando inspiración se dan cuenta de lo tétricas que resultan las imágenes puesto que: “cualquier día pueden salir en la crónica negra de los periódicos […] Todas sufren un destino trágico, de crimen pasional, aunque no todas lo cumplan… (37)

Mi queridísima amiga Herminia Guardagujas escribió un poema maravilloso "Qué tristes salimos en la foto", que siempre me hace pensar en la vanguardia y su asombro con la maravilla de la fotografía y el cinematógrafo, pero más que nada, con ese instante vuelto inmortal de un segundo compartido por dos.

Y hoy me encontré con este voyerísticamente delicioso post de Campanas de Belén, sobre una foto y una historia que me empiezo a inventar en la cabeza.

Hay tantas historias detrás de una fotgrafía, y sobre todo, de una fotografía de estudio.

Y pensar, además, en un momento, en una vida personal procesada mecánicamente por la máquina. Pensar, como esas culturas que creían que al retratarse perdían su alma, o como decía un maravilloso profesor, que la fotografía es el verdadero vampiro que no morirá nunca.
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