miércoles, 28 de enero de 2009

Idiosincrasias litararias: El libro tatuado

Para Lady Vivianne por su obsesión por los objetos

El objeto por excelencia es el libro. No sólo lo escrito, sino por el objeto en sí mismo.

Todos tenemos nuestras propias idiosincrasias sobre cómo se debe trabajar un libro: Mi hermana por ejemplo, odia prestarme un libro porque yo le dejo siempre las esquinas superiores derechas dobladas, lo siento, los separadores nunca han sido algo mío, mientras mi papá dobla la hoja completa.

Sinceramente no creo en la existencia inmaculada del libro, para mí es un objeto vivo que debe ostentar el paso del tiempo y de mano en mano. Creo que los márgenes de un libro son campo fértil para una maravillosa comunicación telegráfica y unilateral al próximo lector.

De entre mis peculiaridades puedo decir que odio los marca textos, me parece que están hechos sólo para los libros de texto y de superación personal. Para trabajar en un libro yo confío en el lápiz, mi jeroglífica caligrafía y esas banderitas de colores.

Me gusta leer los mensajes que un libro regala, por eso amo los libros usados, o revisar los libros de las bibliotecas. Recuerdo muy bien el primer libro que recibí que ostentaba cicatrices de otro dueño, era un libro de la SEP que perdí, así que heredé el libro de mi primo, tenía una animación de caricaturas, de esas que se hacían en las esquinas para ver a un monito moverse al pasar las hojas rápido, también tenía un chiste: a Álvaro Obregón lo había dejado chimuelo y y había cambiado las primeras tres letras por N-A-L-G.

Los libros usados traen como cicatrices de guerra algún nombre o fecha al principio, notas al margen y otras afortunadas veces la dedicatoria de un autor.

O un verdadero tesoro: un pedazo de papel enmedio que había sido olvidado, una lista del súper, un boleto de camión, una carta de amor, o alguna otra cosa. Mi papá encontró así, con una ornada manuscrita, el acta de matrimonio de mi abuelo con su primera mujer.

Me pregunto si esas hojas sueltas constituirán un paratexto.

Esas cosas que se descubren en un libro me hacen pensar en los tatuajes secretos de las paredes de los cuartos de hotel. No sé a quién se les ocurrió, pero hay una fuerte tradición de esconder obras de arte debajo de los cuadros y espejos.

El libro es un objeto vivo que lleva con orgullo sus tatuajes y cicatrices. Es en sí la bitácora de una travesía.

martes, 27 de enero de 2009

El mundo maravilloso de las cosas que no tienen par

Se nos perdió un zapato.

Y me encanta que mi lengua nativa tenga esta capacidad de desviar culpabilidades. Uno nunca pierde nada, ni olvida las llaves, ni deja caer los vasos para que se quebren.

No, en español, lengua bendita, las cosas se escapan de las manos, a los objetos les salen patas y se escapan cuando uno no está mirando.

Español es la lengua del "yo no fui" (aunque te vengan a contar cositas malas de mí.)

Yo tengo la impresión que los que meten el desorden son los calcetines.

Esos son los primeros en perderse, y de paso, pierden a las llaves, los paraguas, las gafas de sol, la lista del mandado y al par de un arete del diario. Los pierden dándoles malos consejos, incitándolos al vicio.

¿A dónde se imaginan ustedes que se escapan los objetos? En algún sitio leí sobre una bendita isla a donde se van a vivir los calcetines perdidos. ¿Será que hay un pasaje secreto del otro lado de la lavadora?

Me parece que, todas esas cosas que vienen bíblicamente de dos en dos, de lo que escapan no es de nuestra patética mundanidad, sino su idéntico otro.

A lo mejor se van buscando ese lugar maravilloso, donde las cosas viven únicamente su individualidad.

domingo, 25 de enero de 2009

Bitácoras de viaje

Últimamente me he dado cuenta que hay muchos blogs de viajes, o de experiencias extranjeras. Obviamente un blog con un título como "un mexicano(a) en París, Indonesia, la Patagonia, etc." pica la curiosidad. (Visiten esta curiosidad, por ejemplo.)

Me hace pensar en lo que dijo Maruja Torres, la primera escritora que escuché en el auditorio Silvano Barba de mi facultad, un par de días antes de comenzar mi primer semestre universitario (recuerdo que ese día llovía a horrores y que fui por vez primera a la Mutualista); Maruja nos recomendó que si queríamos escribir, escribiéramos relatos de viajes, que ésa era la literatura que se leía en estos tiempos.

Qué ironía, haber vivido tantos años en otro país y no haber escrito un blog entonces. Creo que hubiera sido interesante escribir de mi aventura conduciendo sola de Boston a Philadelphia, pasando por la ciudad de Nueva York, por ejemplo.

Tal vez lo que debería hacer sería lo que hizo aquel modernista mexicano, que para hablar de un viaje a Asia se fue al baratillo e inventó un Lejano Oriente en sus crónicas.

viernes, 23 de enero de 2009

Idiosincrasias literarias

Lecturas de viaje

En un avión sólo se pueden leer revistas del corazón, pasquines, publicaciones sensacionalistas (siempre y cuando no se centren en desastres aéreos), revistas impresas en papel revolución con crucigramas y sudokus simplones.

Leer cualquier cosa que no se tome a sí misma en serio, la reina de este tipo de publicaciones es la revista de la aerolínea, ¿qué puede esperarse de una publicación cuyo público no tiene nada más a la mano?

Las novelitas de viaje que se compran (a un precio inflado) en un pequeño puesto entre el duty free y los baños de la terminal.

Leer todo lo que evite pensar, lo que recuerde las fobias y los terrores, nada intelectual, no alta literatura, no introspecciones. Tampoco narrativas caóticas, ni Rushdie, ni Goytisolo, ni Donoso, ni Lispector, ni Bret Easton Ellis.

En la claustrofóbica realidad de la cabina aérea no hay sitio para la vergüenza por leer un Vanidades, un Cosmopolitan o una novelita romántica.

Últimamente yo tengo predilección en los aviones por leer ficción histórica, relatos exóticos de tiempos pasados, romantizaciones ficticias.

En una avión nadie creería, al verme, capaz de una buena lectura.

No importa.

Sólo quiero hipnotizarme y olvidar el terror imaginarme en caída libre.

Los dogmas literarios sólo aplican en tierra firme.

jueves, 22 de enero de 2009

A la defensa de la intérprete nativa

En la cúspide de la colonización británica se acuñó un término para las mujeres que vivían con los colonizadores: diccionario durmiente.

Un diccionario durmiente porque proporcionaban un servicio muy útil.

En su carne extraña y voluptuosa se podía aprender la lengua nativa.

Sus cuerpos ricos derramando léxico, significado, conocimiento.

Un conocimiento blindado, inalcanzable para ellas.

Un diccionario durmiente siempre necesitado de la poderosa pluma del otro.

Un cuerpo traidor.

Pero más que un diccionario durmiente, la carne de una mujer es un glosario bárbaro.

Una cazadora siempre al acecho.

En esto creemos

Tenemos toda una cultura formada alrededor de nuestras costumbres literarias, no sólo qué leemos, sino cómo, cuándo y dónde.

Tenemos frases y categorías: lectura de baño, libros de cama, novelas para vacacionar, etc.

Y supersticiones como: "un libro te llega en el momento preciso".

Hablemos de nuestras manías literarias, de costumbres y superticiones de lectura, de obsesiones y vergonzosas morbosidades.

Forjemos en la piedra las tablas de nuestra lectura

miércoles, 21 de enero de 2009

Después de Babel


Mi libro está impreso.

En mis manos.

Gracias a las moiras de cuarto propio, a la gente, a La Zonámbula y Acento.

Gracias a también a quienes se toman la molestia de leerme aquí.

Deja un comentario si te interesa saber cómo adquirir un ejemplar.

lunes, 19 de enero de 2009

El Macaco me hizo pensar...

No ha sido la primera vez, pero el señor primate me hizo pensar en una pregunta que me hice años atrás en circunstancias muy distintas. Bueno, me explico un poco, el buen Macaco me hizo un comentario sobre mi muy hermética entrada sobre el hermetismo del texto y la traducción, contándme una anécdota que me divirtió mucho, de cómo leer una historia traducida había sido distinta a cómo la leyó en su versión original.

...y me hizo pensar en aquella tarde en Tanglewood cuando a duras penas lo conocía a él y él comentaba lo que le agradaba de mí, y claro está, mi escéptica y deprecativa mitad se preguntaba y le preguntaba a él, si algo en ese naciente idilio podía ser cierto, que si acaso la personalidad es algo traducible.

La duda me ha plagado por años:

¿La mujer que él ama, la mujer que él consciente (y lingüísticamente) aprende y aprehende en su lengua materna, puede ser la misma imagen de mujer que yo sostengo para que mi realidad tenga sentido?

Dicho de otro modo, siempre me lo pregunto:

¿No será que él no puede conocer más que una pobre y traidora versión de mí?

"Yo ya lo sabía,
pero quise engañarme
y pensar que en algún momento
leerías en mí
algo más que la más traicionera versión
de mi boca."

Después de Babel

jueves, 15 de enero de 2009

Del hermetismo del texto y su traducción

No hay una técnica más eficaz para exponer las fallas de un texto y su hermetismo semiótico que emprender la travesía de su traducción. Pregúntenme a mí, que he estado luchando con un texto que sólo me invita al procrastinaje.

Una técnica tradicional para corroborar la eficacia y fidelidad de una traducción (fidelidad de la traducción, es claramente una completa utopía) es traducir un texto de la lengua origen a la lengua destino y depués volver a traducir la traducción (valga la redundancia) a la lengua origen, y contabilizar de alguna manera lo que se pierde en la traducción. Ahora bien, ¿no sería acaso interesante usar la técnica para darnos cuenta de nuestros propios errores literarios comunes?

Mi escritura está muy lejos de ser infalible, y de hecho, por mi necesidad imperante de bilingüismo me enfrento con frecuencia a mis errores y mi propio hermetismo.

Esta entrada no creo que vaya a ninguna parte, pero me ha ayudado postergar, algunos minutos más, el enfrentarme un texto que no se deja apuñalar por la daga de mi traducción.

Bueno, me gustaría, de esta manera poco poética, leer sus ideas sobre multilingüismo, ustedes compañeros escritores, ¿piensan sus textos como textos traducibles? ¿hay una consciencia de lectura local, o la posiblidad de universalidad de sus ideas? Es interesante como un libro como En busca de klingsor de Volpi generaba comentarios como que se leía como una novela traducida, por esa sensación de un lenguaje estandarizado, vejado, contaminado y trabajado claramente, con la consciencia de un público más generalizado (y bueno, no es la única razón, también intervienen elementos en cuanto a una visión no nacionalista, y la constante tensión entre alta cultura y cultura de masas -en cuanto a esta tensión recomiendo mucho el libro de Andreas Huyssen The Great Divide-), y queda como ejemplo de un texto que es consciente de su propio alcance lingüístico (esto, claro está, es independiente de si la valoración crítica que puede hacerse de su calidad).

Ése es el caso que Puchner presenta del acierto, alcance y permanencia del Manifiesto Comunista: su invención, desde el principio como un texto sin lengua origen y su calidad constante como texto traducido.

Continuemos este diálogo.

miércoles, 14 de enero de 2009

El arte de odiarse a sí mismo

Cuando estaba en la prepa yo creía en todo, en la revolución, la bondad de los extraños, la selección nacional, la paz porque todo podía solucionarse if you only give peace a chance, en la poesía, los concursos literarios, la izquierda y la derecha, Dios, la superstición y el subcomandante Marcos.

Después, en la facultad descubrí lo que era la ingenuidad. Descubrí que lo chic era dudar de todo, decidí que "yo sólo creo que no creo en nada". Que a los amigos se les aprecia mucho, pero al final de cuentas cada quien se rasca con sus propias uñas. Que si algo quería tenía que hacerlo posible yo solita. Y a pesar de todo, que si alguien se merece mi odio, el mayor odio también era sólo para mí.

Self-deprecation humor es siempre mi preferido, y el verso más romántico que puedo pensar es de Sabines que le dedica al ser amado "la mitad del odio que guardo para mí".

Hoy no me siento ni una cosa ni la otra, mi bandera es sólo mi contradicción y vivo mis días en el péndulo constante de idealismo a escepticismo y vice versa.

Y mi odio personal no es el de antes, que restrospectivamente sería bautizado como emo. No, ese odio personal me hace sonreír como Annie Hall y todas las cintas de Woody Allen.

Ya ves, odiarse a sí mismo, es todo un arte.

martes, 13 de enero de 2009

La ciencia del sueño

Hace algunos días veía The science of sleep de Michel Gondry, una cinta en que los mundos de la vigilia y del sueño son completamente permeables. Es una película que vale la pena verse por la imaginería y el sentido estético, así como también porque, personalmente, me encanta la idea de una película multilingüe (inglés, español y francés), es en sí misma una pequeña Babel.

Creo haberlo ya dicho antes, esta traductora sueña con un mundo multilingüe, Martin Puchner dice, al hablar del Manifiesto Comunista, que uno de los grandes aciertos de la vanguardia y las revoluciones que produjeron manifiestos, fue el usar el desarraigo, la cuestión del exilio, y por ende, todos estos manifiestos y movimientos se presentan como fenómenos multilingües, liberados de nacionalismos.

No me pierdo, pero volvamos a los sueños. ¿Qué lenguaje más universal que el lenguaje de los sueños?

La película incluye un sueño recurrente del mismo Gondry, una secuencia en que a Gael GB las manos le crecen hasta dimensiones descomunales.

Yo tengo varios sueños recurrentes, perturbadores sobre todo en ese momento inmediato a salir del sueño, y me parece que no son únicos en mí, creo que incluso ya se ha dicho qué ideas del sobconsciente representan, pero aquí los pongo: el sueño de caer desplomándose al vacío y el sueño, menos metafórico y más mundano de que se me caigan todos los dientes, y lo mas triste del asunto es que me los vuelvo a poner en su sitio esperando que de manera milagrosa vuelvan a echar raíces.

Pero me interesa saber qué sueños tienen ustedes.

Cuéntame tu sueños.

lunes, 12 de enero de 2009

Un protocolo para la ira

Hay un tipo de ira en mí para la cual no necesitas signos revelatorios: no zarzas ardientes ni extraños patrones de formación de las aves.

Más frecuentemente de lo que me gustaría aceptar, mi ira es un desastre natural, viene con el doloroso rugido de la tierra.

Tú evitas mi ira igual que evitas la tronante tormenta.

Pero a veces, a veces con gusto preferirías mi relampagueante ira.

Veces como ahora, cuando mi oculta ira, una ira no causada ni dirigida a ti, es el más críptico de los arcanos.

Justo debajo de la superficie un universo se encuentra enmedio de una violenta destrucción y tú ni siquiera puedes darte cuenta.

Esta no es una cegadora ira.

Días como estos queman mi garganta hasta dejarla en carne viva, y espero demasiado de ti: que escuches mis impronunciadas palabras.

Ya ves, la ira, como la verdadera poesía, no puede existir más que en voz alta.

viernes, 9 de enero de 2009

La vacuidad de las palabras

Otra vez en torno a la misma mesa de café nos quedamos sin saber qué decirnos. Combinándonos posiblemente nuestras manos hayan ya escrito todas las palabras del mundo.

Y sin embargo, yo no atiné a decir nada remotamente pertinente.

Más aún, creo haber dicho muchas idioteces.

Las palabras siguen sin poder parar un hilito de sangre, la salada humedad de tu mejilla ni separar las aguas del mar rojo.

Pero si en algo creemos es en las palabras, si en algo vivimos es en las palabras, si algo nos ha hermanado es pensar en metáforas, reconocer aliteraciones y cacofonías, andar siempre a la caza de una sola palabra furtiva.

La ciencia del mundo en que habitamos dicta que la fuerza gravitacional es la que une a un verso con otro, y dogma de fe es que la poesía es lo único cierto.

El cuarto nuestro hoy está en silencio.

Aguardo, con la terrible inutilidad de mis palabras, con la deprimente estupidez de mis esfuerzos, a escucharte cantar de nuevo.
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